
Las prisiones han sido caldo de grandes momentos cinematográficos. Podemos encontrar cárceles en géneros tan dispares como el musical, El Fantasma del Paraíso (Brian de Palma, 1974, la comedia, The Blues Brothers (John Landis, 1980), la ciencia ficción, La Naranja Mecánica (Stanley Kubrick, 1971) o el cine negro, Uno de los Nuestros (Martin Scorsese, 1990). Pero más allá de apariciones en escenas esporádicas trataremos en este artículo de películas que desarrollan la mayor parte de su argumento entre rejas, de otro modo la lista sería inabarcable.

La primera obra grande carcelaria es Quiero Vivir (Robert Wise, 1958), denuncia adelantada a su tiempo de la pena de muerte, con una magnífica actuación de Susan Hayward. A raíz de esta joya el género carcelario adquirirá en muchos títulos características de reivindicación social.
La gran cinta en Europa es la francesa La Evasión (Jacques Becker, 1960), obra maestra y legado de su director y exhaustivo relato de la fuga de una prisión.

La Gran Evasión (John Sturges, 1962) es el ejemplo por antonomasia de la adaptación del género carcelario al escenario bélico. Un clásico del cine de acción, con Steve McQueen en uno de sus papeles legendarios, que se convertiría en obra de referencia para muchas otras, aunque el cine bélico cuenta con grandes historias desarrolladas en campos de prisioneros, como la magnífica Traidor en el Infierno (Billy Wilder, 1953) o la oscarizada El Puente Sobre el Río Kwai (David Lean, 1957), también con William Holden y un enorme Alec Guinness. En el apartado de cine internacional, la japonesa No Hay Amor Más Grande (Masaki Kobayashi, 1959), primera parte de la trilogía La Condición Humana, es todo un canto no violento de la que beben demasiado películas como La Chaqueta Metálica.
El western también nos ha dado ejemplos de ambientes carcelarios, sin ir más lejos uno de sus clásicos, Rio Bravo (Howard Hawks, 1959) se desarrolla en la celda de una oficina del sheriff. Ese leit motiv se repite en muchas películas del oeste, pero si hablamos de penitenciarías clásicas recomendamos revisar El Día de los Tramposos (Joseph L. Mankiewicz, 1970), que a pesar de ser una de las películas más mediocres del director de Eva al Desnudo y La Huella sigue siendo una curiosa mezcla de géneros (comedia, western…) y cuenta con un reparto excepcional (Kirk Douglas, Henry Fonda, Warren Oates…).

Otro subgénero a considerar son las películas ambientadas en psiquiátricos, donde brillan joyas como Corredor sin Retorno (Samuel Fuller, 1963) o Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco (Milos Forman, 1975).
Papillón (Franklin J. Schaffner, 1973) es otra de las cumbres del cine carcelario, con Steve McQueen de nuevo y un glorioso Dustin Hoffman que consiguen una química maravillosa en esta historia real de fugas imposibles.
En el otro extremo está El Expreso de Medianoche (Alan Parker, 1978), cinta con guión de Oliver Stone que hizo peligrar las relaciones institucionales entre EEUU y Turquía por dar una visión casi masoquista de las cárceles turcas.
Fuga de Alcatraz (Don Siegel, 1979) fue la quinta colaboración entre Clint Eastwood y el infravalorado director de Harry el Sucio, y en la práctica una de las mejores cintas de acción ambientadas en una cárcel. Una joyita entretenida y emocionante con muchos de los clichés que luego repetirían otras cintas hasta la saciedad.

Más de lo mismo, Encerrado (John Flynn, 1989) hecha para lucimiento de Sylvester Stallone y Libertad para Morir (Deran Sarafian, 1990), idem para Jean-Claude Van Damme, representan lo peor del género. Un montón de tópicos y situaciones repetidas con mucha venganza y palizas entre medias, propias del cine de acción musculoso de los 80.
En España, Todos a la Cárcel (Luis G. Berlanga, 1993), fue la traducción del género esperpéntico y coral de Berlanga al mundo del presidiario. Una comedia muy inferior a las obras maestras del director.
Cadena Perpetua (Frank Darabont, 1994) supuso un acercamiento sentimental a la prisión, con denuncia de por medio y muchas buenas intenciones. El mismo director volvería a adaptar a Stephen King en la inferior La Milla Verde (Frank Darabont, 1999). La cárcel había adquirido para entonces un halo de redención en obras como las mencionadas o American History X (Tony Kaye, 1998), en la que Edward Norton superaba su racismo entre rejas. También con Norton y ese tufillo redentor, La Última Noche (Spike Lee, 2002), cuenta con una perspectiva interesante al narrar las últimas veinticuatro horas de un hombre que va a ingresar en prisión. Por otro lado las taquillas seguían agradeciendo las historias de encarcelamientos injustos basados en casos reales, como Huracán Carter (Norman Jewison, 1999).

Dos cintas como Leonera (Pablo Trapero, 2008) y El Patio de mi Cárcel (Belén Macías, 2008) han servido recientemente para dignificar el cine de mujeres presas, un subgénero que tradicionalmente sólo se utilizaba con fines eróticos como en las cintas de sexploitation Women in Cages, Correccional de Mujeres o Un Macho en una Cárcel de Mujeres, en las que las mujeres en prisión vestían camisetas ceñidas y gustaban de azotarse en pleno éxtasis masoquista.
Los últimos hallazgos de este cine marginal han sido auspiciadas por el gran éxito en televisión de Prison Break, una serie que resume en su primera temporada lo mejor del cine de acción de ambiente carcelario para perderse en sus siguientes temporadas en el limbo. Celda 211 cuenta con unos enormes actores para levantar una historia anecdótica con ciertos tintes de crítica social. Mientras tanto, Un Profeta es la última gran obra a tener en cuenta en el cine de cárceles. Una obra épica que recoge lo mejor del género enfrentándolo al cine negro clásico y a la poesía del cine europeo. Una obra imprescindible.
Mientras esperamos la siguiente cinta de presos, quedémonos con su sabroso mensaje. Siempre hay celdas más pequeñas y cadenas más prietas que las nuestras. Pero algunos espectadores no se contentan con eso… y preparan su fuga.
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